El Bernabéu pide renuncia de Peligrini
El Alcorcón estará en octavos de final de la Copa del Rey y el Madrid se va a la calle. Y se va después de hacer el ridículo y marcar sólo un gol a un equipo de Segunda B en 180 minutos. Claro que es imposible marcar cuando se juega andando y eso es lo que hizo el Madrid. Así lo entendió el público del Bernabéu, que observó, además de una carencia de fútbol peligrosa, una falta de actitud y de compromiso más que inquietantes. Los aplausos de la noche se los llevó el Alcorcón y los pitos fueron para el Madrid y en especial para Pellegrini, al que le reclamaron a gritos la dimisión, al tiempo que coreaban el nombre de Guti. Se encendió especialmente el público con Pellegrini cuando a falta de 20 minutos sustituyó al siempre cumplidor Lass por Marcelo. Fue como arrojar una cerilla en un bidón de gasolina.
En cualquier caso, lo que sucedió no fue más que se cumplió la lógica, no la lógica económica o histórica, sino la lógica deportiva, esa que dice que lo normal es que se clasifique el equipo que se impuso por 4-0 en la ida. En definitiva, el conjunto que mejor ha jugado en los dos encuentros.
El Madrid pretendió recurrir, sin conseguirlo, al orgullo, al escudo, a la camiseta, a la historia, al espíritu de Juanito, patrón de los imposibles que se hacían realidad, pero se olvidó del fútbol, del juego, en definitiva, de la esencia. Todo eso y más lo aportó el Alcorcón, que superado el impacto inicial, controlados los nervios lógicos y ese punto de ansiedad de quien se dispone a examinarse en un escenario con tanta historia, se lució y se ganó con justicia el pase a octavos. No llegó al Bernabéu para cerrarse y defender la ventaja de la ida, sino que le discutió al Madrid la posesión del balón.
Se agradece la irrupción de equipos como el Alcorcón, que transmiten sensatez y dignidad, esa sencillez tan natural, en definitiva, aire fresco en medio de tanta estulticia que contiene el mundo del fútbol. Mérito de sus jugadores y de un entrenador, Anquela, que ha demostrado un atrevimiento, unos conocimientos y una capacidad táctica que para sí quisieran muchos de sus colegas que habitan en categorías superiores.
Pellegrini construyó una alineación extraña cuando lo que se buscaba era marcar cinco goles. Situó como mediocentros a Gago y a Diarra, demasiado músculo y pocas ideas para buscar la remontada. Prescindió además del ofensivo Marcelo y situó a otro mediocentro, Lass, como lateral derecho y desplazó a Arbeloa al izquierdo. Si éste no era partido para arriesgar con Marcelo de lateral, no sabemos cuándo llegará ese momento.
La salida del Madrid fue buena, pero esa efervescencia le duró apenas diez minutos, en los que reclamó un más que posible penalti a Van Nistelrooy, agarrado por un defensa cuando entraba en el área. Puso a prueba a Juanma, que salió airoso y reforzado del trance. Ganó tal confianza que de ahí al final desesperó con sus intervenciones a los rivales y al público, que buscó en el portero al culpable de los males de su equipo, en lugar de fijarse en las limitaciones del conjunto que entrena Pellegrini.
De ahí al final, el Madrid vivió 80 minutos de agonía, de impotencia fruto de su carencia para generar fútbol y del buen comportamiento del Alcorcón, que no se descompuso, nunca recurrió al pelotazo, siempre intentó jugar el balón, y pese a su desplome físico supo resistir los descontrolados ataques del Madrid, que ganó en fluidez con la salida tras el descanso de Van der Vaart por Diarra.
Asustó el Madrid con un disparo al larguero de Van Nistelrooy, otro de Van der Vaart y un último ya casi al final de Higuaín. Y cuando no apareció el larguero surgieron las manos de Juanma, que sólo se vio superado por un tiro de Van der Vaart a diez minutos del final. Se atrevió incluso el Alcorcón a buscar su gol al contragolpe, pero cuanto más se acercaba a la portería de Dudek, más casero parecía el árbitro Fernández Borbalán, al que nunca le parecieron faltas las entradas de los jugadores del Madrid cerca del área local. Y para cerrar la exhibición del Alcorcón nada mejor que la excelente jugada que regaló Ernesto al Bernabéu, que puesto en pie despidió a los nuevos héroes de la Copa.
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